domingo, 29 de abril de 2012

Réquiem para la UCR

En estos últimos días hemos asistido a otro episodio vergonzoso de la tambaleante política argentina: la decisión orgánica de la Unión Cívica Radical de “acompañar” el proyecto del gobierno para expropiar (o mejor dicho, confiscar) gran parte del paquete accionario de YPF en manos de Repsol. Ni más ni menos, el otrora gran partido, caracterizado por su supuesta defensa de la legalidad y la vigencia plena de las instituciones republicanas, se ha convertido en un vulgar cómplice de latrocinio. Ahora, cuando estamos cerca de que en Diputados se redondee el aval a ese despropósito que ni por asomo traerá beneficio alguno al país, vemos cómo algunos legisladores se apartarán de aquella decisión partidaria para no avalar lo que consideran un atropello con el único objeto de ampliar la “caja” y seguir con la fiesta para no perder votos o, lo que es peor, para que el desastre en ciernes no termine por enterrar al gobierno antes de tiempo. ¿Se acuerdan cuando el ex presidente Raúl Alfonsín recitaba el Preámbulo de la Constitución Nacional en sus discursos de campaña allá por 1983? Buena fórmula que terminó dándole buenos resultados ante el atropello y caos que prometían los seguidores de la fórmula justicialista de entonces. Pero era otra falacia. Una más. ¿Cómo compatibilizar eso con las recientes declaraciones del diputado Bazze, quien en medio de la discusión por el apoyo o no al proyecto inconstitucional promovido por la presidente, declaró muy suelto de cuerpo que “en el radicalismo no hay lugar para propuestas liberales”?. ¿Se habrá dado cuenta este legislador que la Constitución argentina es profundamente liberal? ¿Qué es lo que juraron respetar muchos de los políticos radicales, que ostentan título de abogado? ¿Qué es lo que defendía Raúl Alfonsín al recitar el Preámbulo? La UCR es hoy un partido en vías de extinción, siendo nosotros generosos al no declararlo ya extinguido. Lo más dramático de la situación política actual es que no surja ningún dirigente que plantee una verdadera alternativa a la tiranía oponiéndose frontalmente a su accionar, a ese “vamos por todo”, que ya sabemos qué significa, aunque gran parte de la población se mantenga indiferente quizás pensando que se trata de una declamación más de “cancherismo” argentino. No es así. Tanto la presidente como muchos de los que la acompañan han bebido demasiado del totalitarismo más abyecto como para pensar que bromean. Y el radicalismo no es otra cosa que una expresión patética de sumisión frente al proyecto hegemónico de someter al país entero, sin lugar a la más mínima expresión de disenso. En un país donde se aplaude la violación de las leyes siempre y cuando el aplaudidor no resulte una víctma directa de esa violación, no hay ningún futuro posible que no sea el caos más absoluto. No será la UCR una alternativa viable para escapar de semejante destino, lamentablemente.

martes, 17 de abril de 2012

Nación fallida

Ciertos analistas políticos suelen utilizar la expresión “estado fallido” para referirse a algunos estados soberanos que no logran garantizar los servicios básicos a la población, que han perdido en un todo o en alguna parte el control de su territorio, que han perdido legitimidad en la toma de decisiones o tienen incapacidad de interactuar con otros estados. La otrora República Argentina aún no entra en semejante categoría, pero puede cargar con otra no menos infame: la de “nación fallida”. Esto es, tomando el concepto de “nación” dado por Anthony Smith, de “una comunidad humana con nombre propio, asociada a un territorio nacional, que posee mitos comunes de antepasados, que comparte una memoria histórica, uno o más elementos de una cultura compartida y un cierto grado de solidaridad, al menos entre sus élites”. Esa comunidad humana que representan los argentinos tiene, desde hace mucho tiempo, una rara habilidad: aquella de elegir siempre el peor camino, de apostar fuertemente por su propia ruina. Ya en una entrada anterior de este mismo blog había citado (ver “El caso CFK”) a Marcos Aguinis que en uno de sus textos nos recuerda que ya Darwin, en 1833, pudo detectar una curiosa solidaridad del argentino para con los delincuentes, como si existiera una identificación entre el ciudadano común y aquellos que violan la ley. Por eso mismo no debe extrañar que el argentino medio no dude en elegir gobernantes con graves sospechas de corrupción sobre sus espaldas, y aplauda con entusiasmo flagrantes violaciones de derechos ajenos, como ocurrió ayer ante el anuncio de la expropiación de una buena parte de las acciones de YPF. Este insólito espectáculo nos recordó la efusiva ovación que recibió el efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá cuando declaró la suspensión del pago de la deuda pública del país. Ese patrioterismo (una suerte de mezcla entre patriotismo y patoterismo) ya nos ha costado muy caro a los argentinos conscientes de la realidad y de la historia. Sin embargo, una y otra vez vemos cómo se vuelve a caer en los mismos errores, como si a gran parte de la población le hubieran inyectado alguna droga que produce efectos analépticos de por vida. Así, Cristina Fernández ha trazado, sin querer, un triste paralelo entre ella y el alcohólico dictador Leopoldo Galtieri, al cual la población no dudó en ovacionar luego del manotazo de ahogado que representó el asalto a Malvinas, por el sólo hecho de buscar perpetuarse en el poder. Curiosamente, el mismo objetivo que se persigue ahora. Porque se intentó reflotar la “causa nacional” de Malvinas, y al comprender la actual tiranía que la comunidad internacional no apoyaría su bravuconada, entonces echó mano a otra solución que costará un precio impredecible al país y a sus empobrecidos habitantes: la expropiación brutal de YPF, sin ley ni indemnización previas, tal como lo manda la Constitución. Claro, qué vamos a mencionar a la Constitución formal si ya hace rato que en el país rige otra, una material (al decir del profesor Germán Bidart Campos) que no está escrita y que en este caso (como también ocurrió durante el nazismo) se le opone totalmente. Y que no es otra cosa que la voluntad de la presidente.
Más allá de las consecuencias políticas y jurídicas que tendrá que afrontar el país por esta disparatada decisión sobre YPF, la misma conlleva una verdadera provocación al sentido común ciudadano. En efecto, el discurso con el que se puso en marcha esta ilegal medida, no fue otra cosa que el reconocimiento de una política energética destructiva de muchos años, y que tuvo como principal protagonista al mismo ministro que hoy aparece nombrado como interventor. Sí, el mismo ministro que con su desidia es también responsable de la tragedia de Once y quién sabe de cuántas otras más si la fortuna no nos acompaña. Y todo esto genera aplausos y festejos. Es la nación fallida.
A veces, cuando pienso en Cristina Fernández, no puedo dejar de recordar lo del pastor Jim Jones, el reverendo norteamericano de ideas comunistas que fundó la secta “Templo del Pueblo” y que el 18 de noviembre de 1978 empujó al suicidio a más de 900 personas en Guyana, él mismo incluido. ¿Cuánto faltará para que el pueblo argentino beba mansamente la limonada con cianuro?

lunes, 9 de abril de 2012

Aquelarre

¿En qué se ha convertido la otrora República Argentina? A la luz de los hechos recientes es muy difícil encontrar una respuesta. Un vicepresidente puesto como candidato “a dedo” por la presidente para que, supuestamente, la acompañe sin chistar en todas y cada una de sus decisiones políticas, tanto en su función de reemplazante como en la de presidente del Senado, se ve acorralado por denuncias de todo calibre y convoca a la prensa para lanzar una cháchara incomprensible como contragolpe. Si antes de semejante exposición estaba muy comprometido, ahora su situación es absolutamente insostenible. Pero claro, estamos hablando de Argentina, y en este país pueden suceder cosas espantosas sin que a muchos se les mueva un solo pelo. De no mediar tragedias evitables como la que tuvo lugar en la estación Once, que el gobierno busca sacar de la memoria popular a toda costa, como el reciente temporal que azotó principalmente a la zona oeste del Gran Buenos Aires, los ciudadanos parecen vivir embriagados por los vapores de un licor imaginario, en medio de un sopor que les impider ver cómo su propio país se esfuma entre las garras de la corrupción y la voracidad del totalitarismo en ciernes.
No hay respuesta alguna desde la oposición, porque tampoco hay oposición real; los dirigentes políticos que no forman parte de la banda gubernamental, sólo se diferencian en cuanto a la cosmética, pero en el fondo parecen estar muy contentos con el rumbo que ha elegido el oficialismo. Tampoco la prensa, que en situaciones como la presente, con ausencia de dirigentes políticos capaces y organizados, suele asumir un rol que no le corresponde, pero que ha tenido protagonismo en muchas latitudes en defensa de las instituciones republicanas, parece estar sumida en una actitud complaciente, aún aquellos que son demonizados por la tiranía. En efecto, puede haber críticas durante los episodios más aberrantes, pero apenas se esboza algún síntoma de cordura (que no es otra cosa que una teatralización para engrupir a los incautos) los hombres de prensa no vacilan en adjudicar al gobierno un posible cambio de rumbo hacia posiciones menos confrontativas o menos violatorias del sistema republicano, lo que por otra parte, ya pudimos comprobar con harta suficiencia, está en sus mismos genes. Como bien diría Borges, no son ni buenos ni malos, son simplemente incorregibles.
Las disparatadas diatribas lanzadas por Amado Boudou en su “conferencia de prensa” (en el sentido kirchnerista de la expresión) prometen generar un verdadero aquelarre en el ámbito del partido gobernante. Y contra todo lo que la lógica podía suponer, después de demostrar con su monólogo que se trataba del manotazo de ahogado de un hombre acorralado y sin aliados, ahora presentó denuncias en la Justicia sobre hechos que no podrá probar, ampliando así la sucesión interminable de barbaridades que la claque gubernamental aplaude sin vacilar. La denuncia contra el estudio que condujera el procurador Esteban Righi, un camporista de la primera hora, promete derivar en consecuencias imprevisibles. Consecuencias dentro del propio gobierno, claro está. Porque afuera todo parece marchar de maravilla. La desidia oficial en proveer seguridad, pronta asistencia en catástrofes o un nivel de vida más o menos digno, no parecen estar en discusión. Todo se tolera en la Argentina de hoy. Menos afectar la “gobernabilidad”, por supuesto. Parece que el desastre de fines del 2001 caló tan hondo en algunas personas que podrían soportar cualquier cosa antes de una crisis institucional como aquélla. Y provoca profunda tristeza comprender que un alto porcentaje de la población avaló en las urnas estas fechorías. Porque pocos pueden hacerse los distraídos y decir “yo no sabia”. Ahora es demasiado tarde. La descomposición moral de la sociedad actual amenaza el futuro de varias generaciones. Por ello es necesario capear todos los temporales que vengan, pero no cesar en la lucha por volver a la Constitución. La formal, aquella que nos dejaron escrita los próceres que vieron un futuro de prosperidad para la Nación.

lunes, 2 de abril de 2012

¿Qué se recuerda el 2 de abril?

Existiendo el día 10 de junio establecido como Día de la Reafirmación de los Derechos Argentinos sobre las Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur y Sector Antártico, no encuentro explicación lógica para que se haya decretado un feriado y se lleven a cabo actos recordatorios del 2 de abril de 1982, en abierta contradicción con el 10 de junio, ya que con los sucesos del 2 de abril se echó por tierra todo el esfuerzo diplomático desarrollado a través de muchos años. Es incomprensible que un auténtico “manotazo de ahogado” de una dictadura militar en descomposición, y que le costó la vida a varios cientos de argentinos, sea recordado como si de una fecha patria se tratara. Se sabe que antes de aquella absurda acción militar, el país estaba muy cerca de forzar una solución negociada al estilo Hong Kong, y que le hubiera dado la plena soberanía sobre las Islas Malvinas a la Argentina en un plazo probablemente muy cerca de cumplirse hoy en día. Pero claro, la irracionalidad nacionalista y el patriotismo mal entendido es capaz de conseguir apoyo para tales disparates. No es extraño que el gobierno actual, que comparte muchas características totalitarias con aquella dictadura militar, eche mano a una suerte de “ofensiva” para reinstalar el reclamo de la soberanía sobre las islas como una forma de distraer a la opinión pública de los desastres por él provocados.