lunes, 9 de abril de 2012

Aquelarre

¿En qué se ha convertido la otrora República Argentina? A la luz de los hechos recientes es muy difícil encontrar una respuesta. Un vicepresidente puesto como candidato “a dedo” por la presidente para que, supuestamente, la acompañe sin chistar en todas y cada una de sus decisiones políticas, tanto en su función de reemplazante como en la de presidente del Senado, se ve acorralado por denuncias de todo calibre y convoca a la prensa para lanzar una cháchara incomprensible como contragolpe. Si antes de semejante exposición estaba muy comprometido, ahora su situación es absolutamente insostenible. Pero claro, estamos hablando de Argentina, y en este país pueden suceder cosas espantosas sin que a muchos se les mueva un solo pelo. De no mediar tragedias evitables como la que tuvo lugar en la estación Once, que el gobierno busca sacar de la memoria popular a toda costa, como el reciente temporal que azotó principalmente a la zona oeste del Gran Buenos Aires, los ciudadanos parecen vivir embriagados por los vapores de un licor imaginario, en medio de un sopor que les impider ver cómo su propio país se esfuma entre las garras de la corrupción y la voracidad del totalitarismo en ciernes.
No hay respuesta alguna desde la oposición, porque tampoco hay oposición real; los dirigentes políticos que no forman parte de la banda gubernamental, sólo se diferencian en cuanto a la cosmética, pero en el fondo parecen estar muy contentos con el rumbo que ha elegido el oficialismo. Tampoco la prensa, que en situaciones como la presente, con ausencia de dirigentes políticos capaces y organizados, suele asumir un rol que no le corresponde, pero que ha tenido protagonismo en muchas latitudes en defensa de las instituciones republicanas, parece estar sumida en una actitud complaciente, aún aquellos que son demonizados por la tiranía. En efecto, puede haber críticas durante los episodios más aberrantes, pero apenas se esboza algún síntoma de cordura (que no es otra cosa que una teatralización para engrupir a los incautos) los hombres de prensa no vacilan en adjudicar al gobierno un posible cambio de rumbo hacia posiciones menos confrontativas o menos violatorias del sistema republicano, lo que por otra parte, ya pudimos comprobar con harta suficiencia, está en sus mismos genes. Como bien diría Borges, no son ni buenos ni malos, son simplemente incorregibles.
Las disparatadas diatribas lanzadas por Amado Boudou en su “conferencia de prensa” (en el sentido kirchnerista de la expresión) prometen generar un verdadero aquelarre en el ámbito del partido gobernante. Y contra todo lo que la lógica podía suponer, después de demostrar con su monólogo que se trataba del manotazo de ahogado de un hombre acorralado y sin aliados, ahora presentó denuncias en la Justicia sobre hechos que no podrá probar, ampliando así la sucesión interminable de barbaridades que la claque gubernamental aplaude sin vacilar. La denuncia contra el estudio que condujera el procurador Esteban Righi, un camporista de la primera hora, promete derivar en consecuencias imprevisibles. Consecuencias dentro del propio gobierno, claro está. Porque afuera todo parece marchar de maravilla. La desidia oficial en proveer seguridad, pronta asistencia en catástrofes o un nivel de vida más o menos digno, no parecen estar en discusión. Todo se tolera en la Argentina de hoy. Menos afectar la “gobernabilidad”, por supuesto. Parece que el desastre de fines del 2001 caló tan hondo en algunas personas que podrían soportar cualquier cosa antes de una crisis institucional como aquélla. Y provoca profunda tristeza comprender que un alto porcentaje de la población avaló en las urnas estas fechorías. Porque pocos pueden hacerse los distraídos y decir “yo no sabia”. Ahora es demasiado tarde. La descomposición moral de la sociedad actual amenaza el futuro de varias generaciones. Por ello es necesario capear todos los temporales que vengan, pero no cesar en la lucha por volver a la Constitución. La formal, aquella que nos dejaron escrita los próceres que vieron un futuro de prosperidad para la Nación.

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