martes, 17 de abril de 2012

Nación fallida

Ciertos analistas políticos suelen utilizar la expresión “estado fallido” para referirse a algunos estados soberanos que no logran garantizar los servicios básicos a la población, que han perdido en un todo o en alguna parte el control de su territorio, que han perdido legitimidad en la toma de decisiones o tienen incapacidad de interactuar con otros estados. La otrora República Argentina aún no entra en semejante categoría, pero puede cargar con otra no menos infame: la de “nación fallida”. Esto es, tomando el concepto de “nación” dado por Anthony Smith, de “una comunidad humana con nombre propio, asociada a un territorio nacional, que posee mitos comunes de antepasados, que comparte una memoria histórica, uno o más elementos de una cultura compartida y un cierto grado de solidaridad, al menos entre sus élites”. Esa comunidad humana que representan los argentinos tiene, desde hace mucho tiempo, una rara habilidad: aquella de elegir siempre el peor camino, de apostar fuertemente por su propia ruina. Ya en una entrada anterior de este mismo blog había citado (ver “El caso CFK”) a Marcos Aguinis que en uno de sus textos nos recuerda que ya Darwin, en 1833, pudo detectar una curiosa solidaridad del argentino para con los delincuentes, como si existiera una identificación entre el ciudadano común y aquellos que violan la ley. Por eso mismo no debe extrañar que el argentino medio no dude en elegir gobernantes con graves sospechas de corrupción sobre sus espaldas, y aplauda con entusiasmo flagrantes violaciones de derechos ajenos, como ocurrió ayer ante el anuncio de la expropiación de una buena parte de las acciones de YPF. Este insólito espectáculo nos recordó la efusiva ovación que recibió el efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá cuando declaró la suspensión del pago de la deuda pública del país. Ese patrioterismo (una suerte de mezcla entre patriotismo y patoterismo) ya nos ha costado muy caro a los argentinos conscientes de la realidad y de la historia. Sin embargo, una y otra vez vemos cómo se vuelve a caer en los mismos errores, como si a gran parte de la población le hubieran inyectado alguna droga que produce efectos analépticos de por vida. Así, Cristina Fernández ha trazado, sin querer, un triste paralelo entre ella y el alcohólico dictador Leopoldo Galtieri, al cual la población no dudó en ovacionar luego del manotazo de ahogado que representó el asalto a Malvinas, por el sólo hecho de buscar perpetuarse en el poder. Curiosamente, el mismo objetivo que se persigue ahora. Porque se intentó reflotar la “causa nacional” de Malvinas, y al comprender la actual tiranía que la comunidad internacional no apoyaría su bravuconada, entonces echó mano a otra solución que costará un precio impredecible al país y a sus empobrecidos habitantes: la expropiación brutal de YPF, sin ley ni indemnización previas, tal como lo manda la Constitución. Claro, qué vamos a mencionar a la Constitución formal si ya hace rato que en el país rige otra, una material (al decir del profesor Germán Bidart Campos) que no está escrita y que en este caso (como también ocurrió durante el nazismo) se le opone totalmente. Y que no es otra cosa que la voluntad de la presidente.
Más allá de las consecuencias políticas y jurídicas que tendrá que afrontar el país por esta disparatada decisión sobre YPF, la misma conlleva una verdadera provocación al sentido común ciudadano. En efecto, el discurso con el que se puso en marcha esta ilegal medida, no fue otra cosa que el reconocimiento de una política energética destructiva de muchos años, y que tuvo como principal protagonista al mismo ministro que hoy aparece nombrado como interventor. Sí, el mismo ministro que con su desidia es también responsable de la tragedia de Once y quién sabe de cuántas otras más si la fortuna no nos acompaña. Y todo esto genera aplausos y festejos. Es la nación fallida.
A veces, cuando pienso en Cristina Fernández, no puedo dejar de recordar lo del pastor Jim Jones, el reverendo norteamericano de ideas comunistas que fundó la secta “Templo del Pueblo” y que el 18 de noviembre de 1978 empujó al suicidio a más de 900 personas en Guyana, él mismo incluido. ¿Cuánto faltará para que el pueblo argentino beba mansamente la limonada con cianuro?

3 comentarios:

  1. Muy acertado tu análisis con motivo de este expolio que traerá graves consecuencias para Argentina

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  2. Coincido totalmente. La necedad de la masa "popular" es incorregible.

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  3. Creo que hace rato estamos tomando la limonada con cianuro rebajado. Ya pasamos el punto de no retorno: vamos a morir, lo que no sabemos es cuándo.

    No hay peor tonto que el incorregible. Y ambas características son denominador común en la mayoría de los argentinos.

    Saludos!
    PLPLE

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