lunes, 19 de marzo de 2012

Dogma de Estado

Muchos de los que no votamos por el partido gobernante en las últimas elecciones (y más aún aquellos que no lo haríamos jamás) nos preguntamos cómo el país pudo haber llegado a esta situación; esto es, reelegir con un 54% de los votos válidos a un gobierno que, en otras latitudes, debió haber renunciado en masa mucho antes de concluir su mandato. Muchos comparan esta situación con la vivida en 2001, en tiempos de la Alianza. Aquello fue una experiencia nefasta, atiborrada de errores y con importantes hechos de corrupción. Sin embargo, se limita a un juego de niños puesta a la par de la actual gavilla de bandidos que nos gobierna. ¿Cuál es la diferencia entonces? Creemos que la clave está en el origen político de los gobernantes de turno. La Alianza había llevado a un radical como presidente y él era la cabeza visible de la coalición, mucho más luego de la renuncia de su vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez. Pero tenía un componente peronista, el FREPASO, compuesto en su mayoría por disidentes del menemismo, lo que por ejemplo le permitió a la actual ministro de Seguridad, Nilda Garré, acceder a la Secretaría de Asuntos Políticos del Ministerio del Interior (un virtual vice-ministro). Pero claro, en absoluta concordancia con la amnesia generalizada de la población, cuando de reproches se trata, los actuales funcionarios, buscando culpables de sus tropelías e incapacidades en aquella triste etapa, se precupan en “olvidar” convenientemente la “pata peronista” de aquella Alianza.
¿Y por qué Fernando De la Rúa fue forzado a renunciar por el caos y la falta de respaldo de la oposición, mientras el actual gobierno goza de respaldo popular y una oposición inexistente? La respuesta es simple. No formaba parte del “dogma de Estado” en que se ha convertido el peronismo en sus diversas expresiones y formatos. No hay que olvidar que el Frente para la Victoria tuvo su origen en Santa Cruz como una expresión interna de ese conglomerado amorfo que se ha dado en llamar justicialismo. Y al “dogma de Estado” no se lo cuestiona, no se lo investiga, no se lo discute, aunque las evidencias de su nocividad sean abrumadoras. Cualquier facción del peronismo que llega al poder, consigue de inmediato inmunidades ideológicas que envidiaría cualquier religión. Por ende, toda oposición al régimen es catalogada de inmediato como “gorila”, luego de un análisis tan científico como el de la Inquisición para con los “herejes”. Y la mentira se vuelve automáticamente una verdad revelada, con tal de que sea proferida por el gobernante de turno. Si bien el uso de la mentira sistemática como arma de dominación desde el poder está lejos de ser una característica local, en nuestro medio llega a dimensiones realmente sorprendentes. Los datos y gestiones que pregona Cristina Fernández desde el atril son tan verosímiles y verificables como la ascensión al cielo del profeta Elías en un carro de fuego tirado por caballos de fuego.
El “proyecto nacional y popular” se ha vuelto un instrumento indispensable para la salvación dentro de esta liturgia pagana que nos invade. De nada importa que jamás en la historia país algúno haya conseguido prosperidad con este tipo de políticas. El “dogma de Estado” dice otra cosa. El “proyecto” se propone defender a los más necesitados. Tanto, que cada día se multiplican por doquier. Pero nadie parece observarlo. Todos prefieren escuchar el “relato”, la nueva realidad, el país imaginario donde todos los “buenos” son felices y todos los “malos” van al infierno del ostracismo. Y todos aquellos que se atrevan a poner en duda la historia oficial, serán condenados a la hoguera como pertenecientes a la “clase dominante” que con su maldad, pretende destruir al país y a su “pueblo”.
En este estado de cosas, es difícil imaginar otra solución que la unión de aquellos que aún tenemos la dignidad necesaria para defender la República. No en torno a ideas políticas difusas. Sí en torno a la simple vigencia de la Constitución y de las leyes. Eso es la República, ni más ni menos que el imperio de las leyes, no de las mayorías circunstanciales ni de persona determinada.

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