sábado, 24 de marzo de 2012

Mala memoria

Quien esto escribe tenía 15 años el 24 de marzo de 1976. Pese a la corta edad, la novedad del golpe de estado me sorprendió en mi puesto de trabajo, era aprendiz en una fábrica metalúrgica. Recuerdo aquel día como si fuera hoy. La gente no festejaba, pero tampoco aparecía abatida ni desesperada. Es que el gobierno que había sido depuesto esa madrugada dejaba al país en una situación límite, con una inflación galopante, un gran desborde sindical y lo que era peor: las calles sembradas de cadáveres.
Por supuesto que nadie hizo nada para impedir ese desenlace tan anunciado (hacía ya tres meses que se hablaba del golpe). Nadie tenía respuestas para arreglar semejante desastre y una vez más se esperaba la “solución” militar para algo que en gran medida había generado la dictadura militar precedente con la inestimable colaboración del tercer gobierno peronista. El propio Mario Firmenich, máximo responsable de la Conducción Nacional de Montoneros, declararía años más tarde que “desde octubre de 1975, bajo el gobierno de Isabel Perón, nosotros sabíamos que se gestaba un golpe militar para marzo siguiente. No tratamos de impedirlo porque al fin y al cabo formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista.”. Y no le faltaba razón: la “guerra sucia” que tanta sangre hizo correr había comenzado mucho antes del 24 de marzo de 1976, sobre todo a partir del advenimiento de la “Triple A”, cuya génesis la podemos encontrar en estas palabras de Juan Domingo Perón pronunciadas públicamente luego del fallido copamiento del regimiento de Azul por parte del ERP: “Si no tenemos ley el camino será otro, pero les aseguro que puestos a enfrentar la violencia con la violencia nosotros tenemos más medios, ¡y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes!"
Claro, en aquellos años no había “desaparecidos”. Los muertos se contaban por centenares cada año, pero los cadáveres aparecían. Las víctimas de la guerrilla y de la represión ilegal. Era la gran diferencia. A partir del golpe militar la guerra siguió, aunque del lado revolucionario sólo Montoneros contaba con capacidad de despliegue para continuar con sus atentados. Y del lado militar se sistematizó la cacería empleando métodos importados de la contrainsurgencia francesa y de la OAS en la guerra de Argelia.
Es decir, tanto en los años previos al golpe como en los posteriores, hubo una guerra. Ambos bandos lo decían abiertamente. Cabe recordar uno de los “slogans” del ERP: “Viva la guerra por la segunda independencia”. No se trataba de una guerra convencional, obvio. Pero los objetivos de ambos bandos estaban muy claros. La guerrilla, en diferentes fases, planeó una improbable toma del poder mediante diferentes estrategias según el grupo. Y el objetivo, en todos ellos, era establecer una dictadura de tipo marxista-leninista. La “liberación”, según el particular eufemismo que utilizaban. Ante semejante ofensiva, las fuerzas legales no podían quedarse con los brazos cruzados esperando su propio exterminio. Sin embargo, para las actuales autoridades, parece que sí, que eso era lo que deberían haber hecho. Los guerrilleros estaban formados para robar, destruir y matar, según fuera la estrategia de cada momento. No eran “flores que adornaban los campos persiguiendo un destino”, como rezaba aquella canción de Víctor Heredia. Y había que combatirlos frente a frente con las armas. Nadie que no haya sido simpatizante de aquellos violentos podía estar en desacuerdo con esto. El problema es evaluar la metodología represiva. Por supuesto que el plan militar buscó hacerlo en tiempo récord y con la menor cantidad de bajas propias posible, pero aún así se pudo haber procedido evitando graves violaciones a los derechos más elementales, aquellos que decían proteger impidiendo el triunfo de ideas totalitarias que tampoco los respetan. La elección de la metodología tuvo, por parte de algunos militares (los pocos que la reconocieron) excusas extravagantes: que si aplicaban la pena de muerte el Papa se iba a enojar (….) o que si encarcelaban a los guerrilleros después iba a venir un gobierno civil a abrir las celdas como sucedió en 1973….la cuestión es que, además del terror indiscriminado que dejó muchas víctimas inocentes, esto terminó por glorificar (en el sentimiento popular) a algunos protagonistas de la violencia setentista cuya gloria era inexistente. Y las actuales autoridades, cuyos integrantes si no habían pertenecido orgánicamente a las fuerzas guerrilleras, eran claros simpatizantes de las mismas, poco y nada habían hecho por reivindicar los derechos humanos en tiempos en que hacerlo implicaba algunos riesgos.
En resumidas cuentas, se ha instituido el “Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia” a celebrarse el 24 de marzo de cada año. Como si la violencia y la violación de los más elementales derechos hubiera comenzado ese día de 1976 y se hubiera agotado con la última dictadura militar. Lo cierto es que no hay memoria, o ésta es absolutamente imperfecta, por razones ya señaladas. Aquí no hubo un genocidio contra ciudadanos indefensos que pensaban distinto. Y por ende, tampoco hay verdad. La verdad de los hechos es muy diferente a como la plantean los viejos simpatizantes de la guerrilla hoy en el poder. Y si hubo justicia, ésta fue absolutamente parcial. Porque viejos personeros de la violencia en contra de las instituciones republicanas jamás fueron juzgados por sus crímenes, ni la represión indiscriminada que se desató en contra de su bando puede ser tomada como justificativo para dejarlos impunes.

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